Placa honorífica
Un día, no entendí el corre-corre que, de un momento a otro, se inició en mi casa. Algo así solo ocurría cuando estábamos próximos a las festividades de Navidad y fin de año, fechas en que hasta los familiares más lejanos llegaban a la casa elegida para concentrarnos y vivir las celebraciones. Pero esta vez no era así, pues apenas rozábamos el mes de junio; no obstante, los parientes de más lejos iniciaron su periplo. El ajetreo era intenso, algunos iban de aquí para allá como si alguien o algo los obligara a moverse; otros, en cambio, lo hacían por inercia. Era algo confuso que a mediados de año estuviéramos celebrando algún acontecimiento. Nadie contestaba mis preguntas, ¿sería que, por aún ser joven, no necesitaba saber lo que estaba ocurriendo? ¿Sería que el “Pepe” se nos casaba y estábamos preparándonos para la pachanga? ¿Sería que se comió la torta antes de la fiesta y, entonces, obligatoriamente había que casarlo para tapar el qué dirán?… no lo sabía, nadie me lo decí...