El minero
Eran ya más de diez horas de
trabajo seguido, el ambiente estaba rodeado de polvo, restos de cemento y
desorden por
todas partes. Es práctica común
en nuestros pueblos que las mujeres, una vez que han ayudado en la jornada,
retornen a sus tareas domésticas. Cristina y Carmen forman parte de este grupo
de mujeres.
Cristina es la mayor de cinco
hermanas. Tenía unos setenta años, era dueña de unas finas facciones, rostro
pequeño, ojos profundos y cabello cenizo. Su facilidad de palabra la ha vuelto
una persona de fácil empatía, es
por tanto de entenderse que conoce y trata a la mayoría de sus vecinos.
Su hermana menor, Carmen, tiene
un carácter distinto. Se casó muy joven y, al convertirse en madre de tres
hijos, tuvo que migrar a la ciudad en busca de una fuente de trabajo. La lucha
por sobrevivir y el carácter enérgico de su marido la tornaron, con el tiempo,
en un ser silencioso y taciturno.
Volvieron a estar juntas. Carmen
decidió construir una casa en la tierra que había heredado de sus padres. Por
tradición familiar, todo trabajo se realizaba mediante mingas.
Una noche sucedió un hecho
insólito. Eran más de las once, los trabajadores estaban muy cansados y apenas
tuvieron fuerzas para comer e ir a dormir. Obviamente, la casa —aún en
construcción— no contaba con los servicios básicos, como agua o luz eléctrica.
Cristina quería animar a su hermana con palabras de apoyo:
—Con paciencia y esfuerzo pronto
terminarás tu casita.
—Ojalá sea pronto —respondió
cansada—. Sabes que tengo que volver pronto a mi trabajo en la ciudad.
Ambas con el rostro contenido
entre las manos, miraban con tristeza unas débiles llamas que ardían cerca de
ellas. En un intento por reaccionar, Carmen dijo a su hermana mayor:
—¡Mírame! ¡Necesito darme un
baño! ¡No puedo dormir así!
—Es muy tarde ya, pero tienes que
hacerlo —dijo Cristina.
—Si es necesario, me voy al río
—respondió alegre y desafiante.
Cristina no era la clase de mujer
que acostumbrara a complicar las cosas, así que luego de una ligera reflexión,
acertó a decir:
—Vamos a casa de mi hija, ahí nos
bañaremos; ella duerme muy tarde, así que no le importará recibirnos a estas
horas.
Entonces, se fueron juntas. El
resto de la familia, ajena a la novedad, dormía tranquilamente. Luego de tomar
una ducha caliente, Carmen peinó sus largos cabellos; Cristina, por su parte,
estaba distraída mirando frente al espejo los pliegues de su cara. De retorno a
casa, ambas conversaban de manera animada.
—¿No tienes miedo? —dijo Carmen—.
¡Es medianoche!
—¿Yo? ¡Para nada! Además, conozco
este camino muy bien
—comentó la aludida.
Una débil brisa soplaba en el
ambiente. A lo lejos, se oía el aullido de los perros y sus voces iban
rompiendo el silencio de la noche.
—¿Adónde van? ¿Quieren que las
acompañe? —dijo de pronto un hombre con aspecto de haber venido de un campo de
guerra.
—Gracias, pero no hace falta, ya
casi llegamos —contestó Carmen.
—No me cuesta nada, yo voy por el
mismo camino que ustedes
—agregó con cierta insistencia.
Como la curiosidad era algo
natural en Carmen, pronto entabló una conversación casi familiar con el recién
llegado.
—¿De dónde viene usted?
—preguntó.
—Vengo de las minas, trabajo
allí.
—¡Ah! ¿Es usted de este pueblo?
—Claro, yo sí la conozco a usted,
desde que era una niña, su padre era el señor M…
—¿A mí? ¡No creo! ¿De qué familia
es usted?
—Soy hijo de don Miguel G… Según
tengo entendido, usted no vive aquí, hace años que se fue a vivir en la ciudad.
—Sí, así es, vine porque mis
hijos están de vacaciones, ahora que recuerdo yo conocí muy bien a su papá.
—Bien está que no se olvide de su
tierra —agregó el hombre—, pero tenga cuidado, a estas horas cualquier lugar
puede ser peligroso.
Cristina, pese a que el hombre en
cuestión se identificó como el hermano de un vecino al que conocía a la
perfección, se mostró fría y distante.
—Cristina, no vayas tan rápido
—expresó Carmen, con evidentes signos de extrañeza ante la conducta de su
hermana.
—Vamos que nos están esperando en
la casa.
—Ya todos duermen —dijo con tono
despreocupado Carmen.
—¡Nos puede dar gripe! ¿No ves
que no estamos abrigadas? Además, ya mismo se despiertan tus hijos y se van a
poner a llorar si no te encuentran.
—Ya deja de preocuparte tanto y
saluda al vecino.
—Buenas noches —dijo secamente.
—¿Cómo está señora?
—Bien —contestó con visible
hostilidad y enseguida aceleró el paso.
—Como le estaba diciendo
—continuó el hombre—, si estoy en este estado, es porque en la mina un
desgraciado me empujó, rodé unos metros, me rompí la cabeza, ¡vea! —dijo
mostrando las vendas ensangrentadas que lo cubrían.
Lejos de causarle temor o
desconcierto, Carmen siguió conversando. Con suma inquietud, vio cómo el hombre
se detuvo en un recodo del camino, desde el que se sentía la soledad de las
casas y se veía el cementerio del lugar. Cristina, que ya había llegado a la
casa, subió a saltos las gradas, abrió las puertas a empellones, entró y
atrancó con sillas la entrada. Carmen, entre tanto, se despedía del solitario
caminante. Cuando se encontró con la puerta cerrada, comenzó a dar golpes:
—Abre la puerta, no seas mala.
¿Por qué me dejas afuera? ¿Qué te pasa?
Con ojos aterrados, Cristina
abrió la puerta, apenas podía hablar, daba vueltas por la alcoba y unos
fósforos temblaban entre sus dedos, vanamente intentaba prender fuego a una
hornilla en la cocina. ¡Parecía haber enloquecido! Su respiración estaba muy
agitada, toda ella era un puñado de nervios.
—¿Qué te pasa? —le preguntó
Carmen intentando reprender a su hermana—. ¿Por qué me dejaste sola? ¿Por qué
casi no hablaste con él? ¡Tú conoces a todos los vecinos! ¡Has sido muy mal
educada! ¡El pobre hombre solo quería saludar!
—¡Chist! ¡Cállate! —atinó a
gritar Cristina, en un claro esfuerzo por recuperar la voz.
—¿Qué te pasa? ¿Acaso hice algo
malo? ¿Estás enferma?
—Ese hombre, ese hombre… —agregó
Cristina completamente fuera de sí.
—¿Qué pasa con ese hombre? ¿Te
acuerdas, su hermano fue mi enamorado? —añadió Carmen, tratando de tranquilizar
a su hermana.
—¡Ayer! ¡Ayer! —vociferó Cristina
ignorando las palabras de Carmen.
—¿Ayer? ¿Qué paso ayer? —dijo
Carmen tomándola por los hombros.
—Ayer estuve en su velorio, uno
de sus familiares me dijo que murió en un accidente en la mina.
—¡No puede ser! —agregó Carmen—.
Asómate, seguro que lo confundes, ese hombre está afuera.
Estremecidas, se acercaron a la
ventana, pero la calle estaba vacía y los árboles parecían agitados.
Preguntas de Comprensión Lectora - "El minero"
1. 1. ¿Por qué razón Carmen había
regresado al pueblo y qué proyecto estaba realizando?
2. 2. ¿Qué diferencias de
personalidad y actitud se pueden observar entre las hermanas Cristina y Carmen
a lo largo del relato?
3. 3. ¿Cómo se puede explicar la
reacción de Cristina cuando aparece el minero, considerando que ella
normalmente es una persona sociable?
4. 4. ¿Cuál es la revelación que
hace Cristina al final del relato y cómo reaccionan ambas hermanas ante esta
información?
5. 5. ¿Qué elementos del relato
contribuyen a crear una atmósfera de misterio y suspenso, y cómo se relaciona
el título "El minero" con el desenlace de la historia?
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